lunes, 26 de marzo de 2012

Un Western

La realidad virtual está inmersa en una carrera por encontrar en el desgaste mental un reemplazante directo del desgaste físico, al que por ende relegaría al plano de molestia innecesaria. Ya no son muñecos estáticos que se mueven sin dificultad y de a parcelas, jugar un River vs Boca perdió dinamismo y en el plano defensivo se cometen errores ínfimos que pueden fácilmente derivar en una baja moral del equipo y de eso se sale sólo con suerte o con alevosía; es muy difícil entrar otra vez en juego cuando todos se acobardan y se esconden, o los únicos capaces de marcar diferencias están imprecisos y el porte del centro delantero se desgasta en vano una y otra vez, siendo arrebatadas sus limitadas energías en centros intrascendentes y corriendo pases que nacen de rechazos.

25 minutos del segundo tiempo y la pelota se va al corner para el equipo rival. Miro el joystick, miro el vaso de cerveza y le doy un trago apresurado; quien maneja mis contrincantes hace lo mismo y espera a que yo termine para patear. Un lapsus me hace reflexionar, perderme en el placer helado que baja por mi pequeña traquea, llevándome a uno de esos ataques de tranquilidad de los que no se vuelve así como así. Sale disparado el corner y mis ojos están cerrados, mis labios también, comprimidos en una mueca como una media sonrisa extasiada. La pelota vuela dentro del área y lentamente vuelvo a la realidad; un pelado con la camiseta del otro equipo salta por delante del defensor que tenía dispuesto para marcar a dicho pelado, le gana la posición casi como en burla y es suyo el gol, suya la gloria; pelado hijo de puta.

El partido terminó así, 1-0. Primero le eché la culpa al rival por hacer un gol tan boludo, después le eché la culpa al yoga que hice alguna vez y dejó en mí esos lapsus como secuela que me recuerdan haberme ido debiendo un mes de clases. El perder me relegó del juego, dejé mi lugar a otro jugador para ocuparme de tareas domésticas, prender el horno y poner a calentar el pastel de papas que quedaba del mediodía y después ir al quiosco a comprar más cerveza. Esa apuesta perdida uno por cero fue solo el comienzo de un camino profundo que me llevaría a experimentar una nueva dimensión en lo que a apuestas se refiere; debí de recordar entonces que todo siempre puede ir peor.

3 pm en un barrio residencial: calor de duelo de lejano oeste pero asfaltado, sudor como de quien espera por apretar el gatillo frente al más rápido y duda cuando está por dar el noveno paso. Un envase de cerveza como arma y dos balas en el cargador; iba a ser difícil conseguir un quiosco a esa hora y en el lapso de dos cuadras gastaría mis únicas dos opciones. Llegando al primer lugar vi que la dueña salía a cerrarle el portón del garage a su marido. Me vio, la miré, y con la mirada le mandé un "agarrate una quilmes chiflada en fría que vengo cagadaso e sé". Ella respondió escabulléndose detrás la puerta principal, como en las viejas cantinas cuando se veía llegar al malón y se apuraba el cantinero a cerrar las cortinas, o en este caso a dar vuelta el cartel rojo con letras blancas que reza casi con malicia su contracara: "Cerrado" . No muy lejos la segunda bala dio en el blanco, el cantinero tenía más que buena predisposición y mientras compraba pensaba que el porvenir sería todo mi especialidad, placer culinario y tripa llena.

Entrando a mi casa encontré a los dos que me acompañaban esa tarde parados frente al horno. Les pregunté si la comida ya estaba lista y me dijeron que no, que todavía faltaba calor. Caminamos al patio, y otra vez, mientras se destapaba la cerveza, las cosas comenzaron a ponerse acaloradas. La palabrería que allí se agitaba empezaba a ser irritante y rozaba el insulto, el ambiente se caldeaba como sólo los borrachos saben caldearlo, y, quien antes me ganara uno por cero gracias a ese pelado que entró en el área tan solo y tan certero como el llanero, vaticinaba para el próximo partido, que nuevamente nos enfrentaba, una goleada inminente de su parte. Se pautaba allí un duelo justo y un resultado abrumador, algo ofensivo humillante para con mi persona... Entonces la exaltación del viento desprende un vaho de tierra seca que pasa sobre un montículo en el patio; una iguana bajo el sol e inmersa en esa exhalación espesa mira hacia arriba, altanera, como burlándose de nosotros los humanos. Un presagio esa imagen? Una invitación? Una época y miles de películas; seño fruncido y cinco balas en un tambor eran la fórmula, cinco; como diría el buen Barrico: "Uno, due, tre, quattro, cinque..." Quedó sentenciada entonces la apuesta: Si mi rival ganase cinco a cero, y sólo si ganase cinco a cero, quedaría yo imposibilitado de por vida a utilizar una sola palabra, el insulto máximo, un hiriente y despectivo vocablo que no puedo ya reproducir otra vez...

Se elegían los equipos que nos enfrentarían en duelo mientras escucho que desde la cocina gritan mi nombre. Respondo al llamado y pregunto la causa, nuestro amigo, ahora en fecha libre, responde con una pregunta: "Franquito, a vos te gusta McDonalds no?" Sospecho sea una pregunta retórica pero lo mismo respondo que sí, que me gusta McDonalds. Cuando respondo, el pastel de papas cae sobre la mesa humeando y oliendo como el cielo olería si las nubes fueran puré y más arriba de las nubes hubiese carne molida cocida al calor del sol. Sin todavía desprender los ojos del ordenador, abstraído en el once inicial de mi equipo, divago unos segundos en pensamientos que nacen desde el solo sentido del olfato, divago hasta caer a tierra arrancado de mi ensueño por una frase que aparece al salir de plano el guante que suelta la bandeja: "Menos mal que te gusta por que vamos a comer pastel de papas Tasty". Sobre el puré se había adherido una capa de ozono de queso cheddar. Si ese pastel de papas fuese el cielo, sería un cielo oxidado, amarillo e irregular extendiéndose en nubes de tormenta tóxica; un cielo que no tendría ni un Superman ni podría dar cobijo a los Supersónicos, y donde pilotear un avión estaría más duro que el Diego en esta entrevista http://www.youtube.com/watch?v=Lx49CRvpwJQ ... De todos modos se comió y se bebió, y como siempre que tres amigos se juntan también se eructó y el ambiente se distendió hasta que cayó el último tenedor y todos sabíamos que llegaba el momento de la verdad.

Los nervios se disimulan pero se reflejan en las patadas y en los despejes; ya había comenzado el partido y en veinte minutos del primer tiempo el resultado era Grecia 0-3 México. Gladiadores contra pigmeos rápidos y de buen pie. Siempre fui más hincha de los primeros y pensé que su fuerza me daría solidez, el porte de los griegos taparía todo intento de escabullirse de los mexicanos; el problema fue que los mexicanos no tuvieron necesidad de escabullirse, les bastaba con patear al arco desde cualquier posición, mirando a la tribuna, dedicando a sus parientes y amigos cada gol antes de meterlo, la situación era desesperante.

El segundo tiempo empezó con cambios obligados y una mejor actitud defensiva; pero también empezó 4-0 en mi contra, así que Grecia pasó a formar con todos abajo y dios (Georgios Samaras) de nueve. Llegado el minuto 86 creía salir airoso de una apuesta tan fuerte como improbable de perder. A los 89 llega un corner para mi rival y agradecí que entre sus jugadores esta vez no hubiese pelados. Parte el corner y es el minuto noventa, el centro cae pasado y abierto y lo cabecea el chicharito (le dicen chicharito por que es un pigmeo, aclaro) tan débilmente que parece que va a llegar sin problemas a ser despejado por una mole griega. Y en este punto debo recalcar lo mencionado al principio de la entrega, la baja en la moral del equipo ante un resultado adverso y la emanación de confianza que lleva a desarrollar situaciones ineditas por parte de quienes vienen ganando: Tenemos a Papadopoulos (1,86 m de altura y una espalda de nadador pichicateado) rechazando una brisita de cabezazo de el midget. El gigante se perfila, le da un derechaso como con una banana y la pelota se eleva mucho pero apenas sale del área, baja y la disputan, queda boyando por la medialuna del centro del área grande y el reloj marca 93 minutos. En la disputa algún mexicano la deja limpia para el chicharito que la domina, se acomoda, pecha y tira a un grandote, mira a la prima que está en la tribuna, le tira un beso, la señala y mientras le guiña un ojo patea y la cuelga de un ángulo.

Herido quedó mi orgullo y la iguana por diversión lo roía mientras éste yacía entre la tierra infértil y cuajada por la censura. Una sola palabra no puede ser otra vez reproducida por esta boca. Para saberla no me lo podrá nunca nadie preguntar a mi, por que rompería una promesa, y esas cosas las hace solamente alguien que merezca ser llamado como yo nunca más podré llamar a nadie.