martes, 21 de mayo de 2013

Una fantasía memorable

Estabamos perdidos en un barrio colgado de la montaña, subiendo calles estrechas como jamás las habíamos transitado, calles, que a forma de broma del destino para con un extranjero, resultaron ser de doble tránsito y las tuvimos que manejar con paciencia y conducta oriental. La cuesta mostraba altas paredes de piedra y casas encima de ellas de un lado, del otro el precipicio abría un horizonte color ceniza ante nuestros ojos pasmados de turista perdido.
Lo importante era volver a ver rutas anchas, autovías de dos plantas invadidas de carteles altísimos que nacen desde el pavimento como árboles gigantes repartiendo mensajes tendenciosos y maquiavelicos, invitaciones a adquirir cierto rasgo que nos hagan hombre de mundo; miradas, porte, frialdad, juventud, ideales; todo cuelga sobre el cielo esperando ser comprado en la tierra. Ahí debíamos llegar para con sólo levantar la vista ubicar esos arcos dorados que universalmente solo significan una cosa...

Después de subir y subir durante minutos que parecían interminables, tanto por la dificultad del trayecto como por el hambre que azotaba nuestros nervios, llegamos a un lugar que conocíamos y empezamos a bajar hasta encontrar la autovía, nos acoplamos a ella y comenzamos a fluir con la seguridad de estar a pocos metros de uno de estos los lugares más fáciles de encontrar en casi cualquier ciudad del mundo, una opción gastronómica que en su carácter de bunker globalizador aúna el sabor y el precio que conocemos desde niños y a los que nos acostumbramos a fuerza de ese vaya a saber qué al que nos tienen acostumbrados para convencernos de algo nuestros más recientes ancestros.
Un leve desvío y nos encontramos rodando sobre una ruta lateral por la que entran y salen autos de la vía principal, ya todos teníamos los ojos clavados en el objetivo cercano, la saliva corriendo desde los molares  hasta acumularse debajo de la lengua y amenazando con salir; eran los arcos dorados, era esa promesa que por conocida no dejaba de ser anhelada, deseada por cada sinapsis encargada de asimilar la información recolectada en las papilas gustativas.

A modo de paréntesis quisiera hacer una especie de paralelismo. Recuerdo la primera vez que besé a una chica, no fue especial por la chica en sí, no era el amor de mi vida en ese momento e inclusive no recuerdo haber hablado muchas veces con ella, mas bien fue especial por el acto, por descubrir ese vastísimo terreno que ofrecía esta entonces nueva forma de relacionarse a los sentidos y a la imaginación. En el momento debo haber sufrido uno de esos lapsus infinitos donde uno simplemente quisiera saberlo todo de una vez y asimilarlo de un solo bocado, saciarse como jamás podría uno saciarse cuando la curiosidad entra por una puerta hasta entonces desconocida.
El paralelismo puede parecer exagerado pero no temo a exagerar, este McDonalds en particular no fue el primero pero tuvo un efecto que desbarató toda la información que tenía sobre la franquicia hasta el momento.

Mientras encargábamos el pedido mi atención completa se fijó en la fuente de sodas. Con la mirada desviada pregunté al dependiente si el hecho de que dicha fuente se encontrara fuera de su zona de trabajo y dentro de la ruta que los clientes tomaban para dirigirse a sus mesas significaba que en frente tenía una fuente inagotable de gaseosa que proveería vasos llenos durante horas si así me lo propusiera. El dependiente me comentó que así era y entonces descubrí el hasta entonces inexplorado poder del re-fil. Un minuto y sobre las bandejas se apilaron hamburguesas y papas para cinco personas. Todos salieron en busca de una mesa, yo seguí parado frente a la caja y levanté la mirada para encontrar al dependiente, que dándome la espalda ya estaba en su camino hacia la cocina. Recalculando encuentro a la encargada chequeando algo en la registradora y decido proyectar mi duda hacia su persona "Disculpame" buscando sus ojos y agarrando la bandeja con ambas manos le pregunto "¿Me darías catsup y mayonesa?" Con solo mirarme me hace sentir especial como todo cliente busca sentirse especial en el acto del consumo. Ella hace parecer tan natural ese contrato implícito que existe para con el cliente, esa forma amena y sutil de coqueteo que da un plus invaluable al acto de la compra, que no hago otra cosa que mirarla pensando en invitarla a salir... el momento de pelotudez dura un segundo y salgo con estrepitoso escepticismo  de la fantasía que tanto la fuente de sodas como la encantadora encargada habían creado. "Los aderezos se encuentran frente a la fuente de sodas" puso una mano al lado de la registradora y sonrió; su sonrisa, esa maldita sonrisa socavando mi voluntad otra vez como lo hicieron sus ojos y la fuente de sodas, maldita sea! es un contrato implícito no una demostración de afecto! no seas idiota, no! no le agarres la mano, no!! Entonces tomé su mano con galantería y suavidad, la beso y digo "gracias..." la sonrisa en su cara trocó en mueca de extrañes ante lo sucedido, luego pasó a incredulidad y por último a algo parecido al asco. En estos casos no queda otra opción que seguir jugando, mientras me iba guiñé un ojo y me mostré contento aunque por dentro estaba tratando de atar cabos y entender qué demonios había hecho.

Llegué a la mesa, tomé mi vaso y fui a llenarlo a la fuente de sodas. Llenando el vaso seguía aún abrumado por lo recientemente vivido y olvidé todo lo referido a los aderezos hasta que casualmente entendí que a mis espaldas se encontraba la fuente de aderezos, si, fuente de aderezos. De un mueble tipo mesada larga salían pequeños grifos de acero inoxidable que al ser presionados emanarían una dosis del aderezo que mostraba el cartel ubicado detrás de cada uno de ellos. Era algo literalmente increíble, tan increíble que la fantasía otra vez se adueñó de mi y al sentir frío en mi mano derecha entendí que el vaso ya estaba lleno y el líquido comenzaba a derramarse por sus costado. Catsup, mostaza, salsa mexicana, barbacoa, mayonesa y otros aderesos se ofrecían con fotos de super producción, me hice con algunos de ellos y volví a la mesa.
Varias cosas se debatían mientras engullíamos, teníamos un compromiso en un lugar al que no sabíamos llegar y también debíamos volver a cambiarnos y otras cosas que alcancé a tocar de oído mientras miraba atónito y perdido dentro de ese cofre contenedor de hamburguesas que algunos osan llamar packaging, éste brillaba con el resplandor dorado que sólo el oro despide dentro de fantasías tipo tesoros piratas o maletines de rusos de mejillas cuadradas y barbillas duras como la de Ivan Drago. Era la hamburguesa más grande que había visto salir de la cocina de una de estas abrumadoramente universales franquicias, una McNifica como el mismísimo Ronald debe de haber mandado a hacer para él mismo; rodajas de un tomate cosechado por la décima generación de cosechadores de tomate de la familia más peliroja del condado de Luisiana, una lechuga tan fresca y crujiente como suave y acolchonada, pepinillos como bombas que explotan con cada mordisco llenando de sabor todo en un radio de 10 cm a la redonda, mayonesa como las hamburguesas de cumpleaños deben de chorrear y la amalgama de carne y otras especies a la que aún no podemos encontrarle el porqué de ser tan profundamente deliciosa. Di el primer mordisco y al instante agarré una papa, la unté en la pileta de aderezos que ya no me importaba diferenciar y mientras masticaba la engullí con descaro. Seguía masticando con los ojos cerrados y la frente alta como se alza la frente en un momento de esos donde se encuentra el infinito. Suelto una de las manos que sostenían la hamburguesa y alzo el largo vaso acercando a mi boca el popote... un trago largo termina de aunar el tridente celestial que vulgarmente es denominado McCombo.

Repetí la operación varias veces con ligeros cambios que en su mayoría significaban beber más gaseosa de ese vaso potencialmente infinito y terminé la comida con la misma sensación que tuve al terminar de besar a aquella chica por vez primera; necesitaba más, necesitaba conocer también los aderezos que no había probado, bañar las papas en mares desconocidos y seguir desentrañando ese misterio irresoluto de por qué esta fantasía era inabarcable y una hamburguesa terminada significaba necesitar otra por terminar. Misterios de la buena comida, misterios del amor, desesperante hedonismo a nivel romano.

Camino al baño lleno otra vez el vaso de gaseosa y luego evacuo la gaseosa de mi cuerpo. Como las normas de higiene moderna dictan me lavo las manos y al no encontrar papel de baño para secarlas me veo obligado a ponerlas debajo de esos viles artefactos que tiran aire caliente y que todos sabemos rara vez cumplen con su objetivo. Este aparato en particular exhibía una frase que precavía al usuario sobre la fuerza que caracterizaba al artefacto, "Feel the power" rezaba una calcomania que ocupaba todo el ancho del secador de manos. Lo accioné y fue inmediato e irremediable sentir el poder; vientos huracanados soplaban con furia sobre mis manos que los desviaban y los hacían chocar contra mi pelo que comenzó a flotar como si estuviese parado frente a un ventilador. No lo pude evitar, mientras la mano derecha se secaba en uno de los dispositivos accioné con la mano izquierda el otro y entonces en ambas manos tenía el puto poder soplando aire caliente a mil por hora, ondulando mi pelo y mi remera, metiéndome de lleno y definitivamente dentro de la fantasía de eterna juventud e interminable asombro que propone entre la inocencia y el sadismo el viejo McDonalds.

Ya era hora de irse, busqué mi chamarra y con el vaso en un mano salimos del recinto balbuceando bromas light rodeados de un aura de alegría que parecía interminable. Antes de llegar a la puerta vimos que la encargada se disponía a realizar una entrevista de trabajo sobre una de las mesas del local, la miré y ella me miró; nos miramos. Me acerqué con seguridad hasta la mesa y tomé su mano una vez mas, la besé igual que  la había besado antes pero esta vez su reacción fue diferente. Con suavidad solté su mano y la sonrisa que me dedicó fue el cierre perfecto de una fantasía sin fisuras como las que proponen este tipo de lugares, los cuales a veces logran vencer el cinismo y erigen palacios de mentiras deliciosas como almohadas de plumas y colchones rellenos malvaviscos esponjosos.