viernes, 1 de junio de 2012

Naranja

De noche los puentes se ven como los boliches se ven de día, cubiertos de ese misterioso efecto que produce la descontextualización. Caminaba tranquilo ahora que sabía que el auto, aunque bastante lejos todavía, seguía sobre cuatro ruedas y estaba aparentemente cerrado como lo había dejado cuando me fui horas atrás. Rejas y hierro herrumbrado, pintadas; se formaba una imagen de las que se ven en las películas policiales antes de que llegue la patrulla. A mi derecha un callejón, imagen completa...
Las luces de la calle tienen el color de la luna cuando está amarilla y fuerte. Al lado de uno de los postes que la manaba seguía mi carro destilando soledad. Sus aposentos son la única zona franca que queda en una ciudad atestada de impuestos a la existencia, de monedas y billetes que cada día encuentran un nuevo destinatario, una nueva necesidad como la de saber que hay alguien que se preocupa por tu auto, uno que achica los ojos mirando con recelo a cualquiera que se le acerque y todo por una módica suma de dinero; "en tu opinión será módica" le dije entonces, cuando intentaba acodarse en el techo bajo de mi móvil y me miraba a los ojos, intentando sacar unos ducados de mi bolsillo con ese arte de la palabrería que tanto domina pero que esa vez falló, quedó mirando el polvo que levantaron las cubiertas al acelerar rumbo a donde estoy parado ahora poniendo llave en cerradura; ésta entra, gira y "clack". Todas esas escenas de películas donde uno es abordado desde atrás y metido dentro del auto a la fuerza, después la sensación del acero frío en la nuca y la frase de libreto: "manejá" se me vienen a la cabeza pero nada de eso pasa y ya estoy adentro con el auto está en marcha.


Comencé a rodar de buena gana, escuchando un disco de canciones indiferenciables entre sí, rock&roll del que obliga a aplicar presión al acelerador y desata visiones de espectaculares accidentes; tumbos, choques, desbarranques desde el asfalto hasta el río que corre a un costado, humo y gritos de personas que miran incrédulas el espectáculo en que quedaron inmersos. Zig zag y semáforos, bocinas, peatones y ciclistas; la noche no detiene esas cosas, solamente las hace más molestas... 


Aquellos con quienes compartí la noche estaban comiendo un chori al costado del embudo vehícular de conos naranjas que disponían hombres con mamelucos y cascos también naranjas, listos para repintar las líneas blancas de la senda peatonal. Maldije a uno de los uniformados que no me dejó pasar sin ningún motivo aparente y después toqué bocina para saludar a mis colegas que respondieron el saludo con la mano que les quedaba libre. Al lado de ellos, un cliente que nada tenía que ver con mi saludo mordía el sándwich justo cuando sonaba el claxon y se alarmaba tanto como para volver la mirada hacia la fuente del ruido, entonces vi cómo se caía medio pedazo de chorizo sobre su regazo, pude notar que le había puesto doble ración de salsa golf y varios pimientos de un rojo sospechosamente claro. 


En la ciudad no existe lo que podría denominarse atajos, solamente existen caminos alternativos, que son más largos, pero se mantienen relativamente al margen de la vorágine cíclica estilo víctima/victimario que toma el control de cada volante en las calles más transitadas. Como dentro de un globo de diálogo de historieta, al lado de mi cara y torsos encuadrados en una viñeta aparece un pensamiento: "demasiado por hoy"  Lo siguiente en aparecer son mis ojos rojos en actitud desafiante, después una rueda algo desenfocada y la onomatopeya "hrrrrr" dentro del humo que ésta despide. El auto de atrás queda mirando el pavimento cuando tomo un giro a la izquierda para seguir el camino a casa por un lugar por el que pueda transitar algo más distendido. Subo una leve pendiente cercada a ambos lados por vegetación, árboles de varios tipos en los que encuentro algún tipo de distracción amena; hasta que colgando de la rama de uno de ellos veo una imagen que me deja helado: Un chaleco naranja colgando como una bandera, como un moderno espantapájaros, o quizá sean las banderas en sí sólo otra forma de espantapájaros, otra forma de dividir lo tuyo de lo mío cuervito mordelón, incansable anarquista en busca de lo que dios te prometió y el hombre te niega. El espantapájaros te advierte que la única justicia a la que te vas a enfrentar es la del rifle. La ley de la bandera no es tan directa por el hecho de saber que de tu presencia se puede extraer algo a cambio más allá de tu carne en una hoya a presión; cuervito, tus plumas son mis peñiques, una bandera me da la misma rabia que a vos te da el espantapájaros. La situación merecía una leve inspección así que bajé la velocidad y miré en dirección al chaleco, el velocímetro marcaba 20 Km/h pero estoy seguro de haber ido a menos, modalidad gangster: on. Busqué al autoproclamado dueño de esos espacios públicos, a aquel que abordaría al dueño de ese Palio gris, ese Gol modelo viejo azul y los tres Fiat uno blanco, rojo y negro respectivamente al momento de abrir sus autos; no sería un robo y secuestro como el que había imaginado al abrir mi propio auto algunos minutos atrás, pero sin duda sus dueños algo deberían resignar. Lo vi sentado en su silla entre dos árboles, con la radio en su mano, vistiendo enteramente de negro. Lo miré, me miró, nos miramos... 


Lo único malo de estos caminos alternativos es que en algún momento se acaban. De vuelta en el mainstreem automovilístico me enfrento a una rotonda y espero mi turno para entrar. Dejo que pasen tres autos que parecieran estar compitiendo por ver quien sale primero de esta genialidad de ingeniería civil. Como siempre, entrar es muy fácil, pero salir suele ser difícil, sobre todo cuando un colectivo entra haciendo caso omiso de la regla elemental de las rotondas, esa que las convierte en una maravilla moderna: el simple hecho de tener que esperar a que terminen de circular los vehículos que están dentro de ella para luego dar paso a quienes quieren entrar. Cabeza hacia adelante y velocímetro en cero; la ira empieza a subir desde mis pies como una nube de calefacción que mana de la zona baja del auto. Colectivo de la empresa Coniferal, línea N5, colectivo color naranja...


Pero oh barrio! Querido barrio que bueno es entrar desde la ruta a una de tus calles y disfrutar de tu silencio, tu tranquilidad, de tus veredas limpias. Las luces de mi auto alumbran tus calles que están más oscuras de lo que deberían pero está bien así, sobran las razones para demorar un poco la llegada, sintiéndote. Pausa, viñeta en negro... De pronto vuelve un diagrama como de historieta a regir mis actos: ojos alertas y cejas fruncidas ocupan todo el cuadro, globo de pensamiento a un costado "¿Qué es ese olor? ¿Ese ruido?". Doblo a la esquina y me puedo ver gritando "Cáspita!", manos sobre el volante que se extienden rígidas hasta los hombros, cara de sorprendido y signos de admiración y pregunta alrededor de mi cabeza; la próxima viñeta mostrará un camión naranja cruzado de lado a lado de la calle, el conductor con la cabeza fuera del vehículo y una sonrisa enorme que no augura nada bueno... el camión muerde desechos en el acto repugnante de compactar lo que cada vecino dejó en el cesto, esos trozos de intimidad velada. Parece que le divirtió el hecho de tenerme esperando y no planeaba moverse, dí marcha atrás y llegué a mi casa tomando un desvío. 


Para el momento de entrar el auto ya estaba cansado, molesto y hambriento... muy hambriento, como si antes no hubiese reparado en eso debido a estar concentrado en esquivar objetos naranjas durante todo el camino, como si la ira hubiese llenado un hueco que ahora demandaba atención urgente. Puerta, puerta y cocina, ya podía oler el aroma a tranquilidad de la victoria. Chequeo general... Heladera: nada, microondas: nada. Mi rostro empalidece temiendo lo peor. Me acerco visiblemente horrorizado al horno y lo abro intentando no mirar. Solo lentamente vuelvo primero los ojos y de a poco la cabeza para ver en su interior una fuente llena de zapallo, calabaza y zanahoria cocinadas al calor del horno y bañadas en su jugo de putrefacción naranja! http://9gag.com/gag/2346416 Si fuese yo quien sostiene el cartel no pediría nada a cambio.