martes, 28 de agosto de 2012

Depende

Un dentista tararea la canción  "Depende" de Jarabe de palo, parece estar tranquilo mientras lo siento manipular instrumental dentro de mi boca con la serenidad autoimpuesta de alguien que acaba de enfrentase a  una tarea que, de poder elegir, hubiese descartado antes de empezar. Solamente deja de tararear para decirme "Grande, más grande" y ahí me doy cuenta de que todavía puedo abrir la boca un poco más, descubro músculos que no sabía que tenía e intento ayudar para que todo sea más rápido; no por que esté sufriendo o muriendo del dolor, de hecho estaba por demás anestesiado; es que tenía la intención de llegar a tiempo a casa para ver el partido de EEUU en el básquet olímpico, uno de esos lujos cotidianos que me mantienen en la quietud contemplativa de un no lugar; una sensación de bienestar pleno estilo comedia romántica con buenas actuaciones o cualquiera de George Clooney. Tristemente ese era el punto fuerte en el plan del resto de mi día y a él planeaba aferrarme para no darlo por perdido.

En resumidas cuentas fueron 45 minutos de tarareo cada vez más nervioso cambiando de destornillador a pinza; fuerza, fuerza, pinza y turbina (una cosa que giraba rapidísimo y sacaba humo y chispas cada vez que tocaba el diente que debía seccionar), de turbina a pinza otra vez y vuelta a hacer girar el destornillador para sentir apenas unos pocos e insuficientes clacks! que sólo amagaban con desprender las raíces del fondo de mis encías. Entonces el tarareo se tornó cada vez más ruidoso, como si fuera la única manera de censurar todas las palabras con las que quería apodarme, o apodar a mi madre por haberme largado a la vida con estos dientes en esta ciudad, en este distrito y este código postal; donde, por esas casualidades de la vida, terminé golpeando a la puerta de este dentista y obligado radioescucha con una radiografía que haría estremecer de pavor a cualquiera de sus colegas.
Después de ver que mi boca no podía abrirse más, que no tenía más diente que limar con la turbina y que el destornillador casi no lograba producir más de esos toscos y esperanzadores clack's!, recién entonces me dijo que eso era todo, que había logrado sacar las coronas pero que las raíces se quedaban donde estaban para ser operadas en un futuro no muy lejano, donde él esperaba (por alguna razón que me explicó pero no recuerdo dado que mi mente no podía contener la furia que provocaba el hecho de haberme perdido el único evento que me importa de todos los deportes y disciplinas olímpicas; las cuales, todas y cada una, iba a tener que mirar durante el resto del día por que debería quedarme tranquilo en casa donde el zapping hoy en día es tan aburrido que no supera la marca de los 1o segundos) que las cosas sean más fáciles para sacar de ahí abajo a las bastardas.

Helado mediante popote y gordo Bonadeo son el folklore de mi día; el hielo me ayuda a calmar lo que tres Ibupirac 600 ingeridos en el corto lapso de hora y media no lograron calmar; ese dolor que no es dolor, un ente celoso que quiere tener para siempre toda mi atención sabiendo que me hace pasarla muy mal. No le importo yo, sólo le importa que no piense en otra cosa que no sea él y lo logra con una naturalidad abrumadora.

Todo lo que consuma tiene que ser frío, todo bebible; un infierno de frescos y lácteos que desatan un ataque de nervios al mejor estilo Cris Morena. Nunca tuve tantas ganas de comer un sandwich, nunca sentí esto que siento al abrir la lacena y ver una bolsa de pan lactal, su packaging simple en color blanco y rojo que dice con letras azules la palabra "LACTAL". Por primera vez entiendo y hasta siento vergüenza por no haber respetado como es debido a esa tirita roja que lo ata y lo preserva de la humedad, que lo mantiene esponjoso para que uno pueda, al dejar caer una feta de queso sobre una de sus rodajas, verla ondular y apenas rebotar como si cayese desplomada sobre un colchón de exhibición en algún local amplio e iluminado; así como sucede en las publicidades de McDonald cuando caen, amarillas doradas, las fetas de cheddar sobre hamburguesas humeantes que parecen chillar de sabor... o serán mis tripas las que al mirarlas chillan y me confunden, es algo que aún no eh podido distinguir. Después más fiambres; dos fetas de jamón crudo o cocido, de salame o mortadela y rodajas de tomate tan anchas y simétricas que forman una base pareja para la lechuga, la cual deja caer algunas gotas de agua como evidencia de su frescura y pulcritud. Así mentalmente lo armaba y lo comía con los ojos cerrados, parado como un idiota que con una mano mantenía la puerta abierta a un mundo de sólidos imposibles de desgarrar y con la otra se punzaba el maxilar, ese lugar de donde se arranca ese dulce dolor que resulta tan mórbido y disfrutable como el beso garroneado a una mujer que no hace eco del amor que uno le ah proferido proferido... para terminar el sandwich no está de más derramar un poco de aceite.

Como venía diciendo, el armado mental fue espontáneo, no sabía qué tenía adentro esta especie de sandwich virtual que imaginaba, sabía al universal denominado sandwich y lo disfrutaba como si fuese la primera vez que probara uno. Abrí los ojos y cerré la lacena, podía sentir que mis tripas se movían y hacían ruido; y entonces, justo cuando pensaba salir de entre esa fantasía misteriosamente sensual de fiambres, panes y quesos, aparece un complemento que había pasado por alto y que ahora se proclama casi como un extraño milagro publicitario: Un vaso cuasi congelado y a su lado una Otto Schneider transpirando como salida de un video de reggeton, gotas grandes y morenas de sudor cocido al perreo. Una vez decantada la imagen no entiendo qué me golpeó,o qué nos ah golpeado; ¿Me quitará esta noche el sueño la necesidad de saber qué estrategia publicitaria produjo el milagro de devolver a la cerveza Schneider al inconsciente colectivo?

Y boludeces otra vez; el gordo y a Bolt que no lo quiero ni ver. Odio el yatching y el judo me dan ganas de vomitar; del fútbol femenino no rescato una y el dobles mixto es más aburrido que jugar al fútbol en un equipo de Caruso Lombardi.

En un futuro obeso cuando los sponsors le ganen la batalla a sus sponsoreados y las olimpíadas  desaparezcan, los niños se acercaran a mí, jadeantes por el esfuerzo realizado al caminar y preguntarán:
-Señor, señor! ¿cómo eran las cosas tiempo atrás? cuéntanos sobre las olimpíadas, ¿eran tan increíbles como las describen papá y mamá?
-Y... eso depende...
-¿De qué depende?
-De según como se mire pendejo; si lo miras con la cara y los huevos hinchados, tirado en una cama sin poder comer nada sólido; mmm, entonces te diría que era preferible mirar un programa sobre las diez maneras más estúpidas de morir y ver si tenes algo a mano para probar alguna.