lunes, 25 de febrero de 2013

El desayuno es la comida más importante del día

"El desayuno es la comida más importante del día. El desayuno es la comida más importante del día. El desayuno es la comida más importante del día" repetía para mí mismo mientras el cuerpo se acostumbraba al movimiento. Conteniendo repentinos mareos, intentando enfocar entre la neblina que las lagañas formaban manteniendo mis ojos apenas abiertos y sensibles a la luz del día realizaba la obligada caminata al baño.
Me cuido de no dar de lleno en el agua del inodoro con el líquido de la primer eliminación de desechos del día; el olor a la cena inunda el recinto y me veo pagando la cuenta la noche anterior: Un taco loco y media torta de arranchera bien condimentada, un agua de piña con dos popotes. Arrugo la cara y tengo que volver a repetir la fórmula; "El desayuno es la comida más importante del día"...
Entonces abro la reja del pequeño condominio de departamentos donde vivo y me paro derecho en la vereda como desafiando al día, inflando el pecho desnudo cuyos vellos peina el viento salado y húmedo de este lugar; apoyando los puños sobre mis caderas, mirando directo al sol con los párpados hundidos y todavía pegajosos, sintiendo el ondular del pantalón rojo de fútbol que es la única prenda que visto en las mañanas de pereza; con un escudo en sobre el muslo izquierdo y el número diez en letras redondas sobre el derecho se convierte en el equivalente a una capa con superpoderes para lograr torcer los designios con los que el destino intenta manejar mi vida en días como este.

"El desayuno es la comida más importante del día" repetía ahora con muchísima más decisión, mucho más seguro de poder probar bocado y dejar atrás el cúmulo sobresaturado de sabores que colmaban mi esófago gracias a una noche entregado al pecado capital de la gula.
Una diagonal me separa del lugar donde todavía no sé qué iré a comprar y viene a mi mente una imagen que muestra a San Pedro sentado en un escritorio de madera finamente tallada delante de una reja apoyada sobre un suelo de nube, una reja blanca de esas que forman un arco puntiagudo en la parte de arriba. Lo imagino atareado sellando la suerte invariable y eterna de cientos y miles de pichones proclives a los excesos que forman en línea por kilómetros de tierra santa, todos acalorados por la proximidad entre cuerpos que la constante entrada de gente a la fila produce, imposibilitados de descomprimirse gracias a pequeños ángeles cobanis que flotan sosteniendo un tridente de oro con una sonrisa inocente y celestial sobre sus rostros, expresión que troca en arrugas sobre la frente y una sonrisa sarcástica de maldad llena de diente blancos y hoyuelos profundamente endemoniados sobre esos cachetes rosados y maliciosos cuando alguno de los pecadores intenta salirse de la fila; entonces el tridente choca con la carne y el herido no vuelve a salir de la fila y se cuida de no mirar de frente a ese pequeño angelito que flota a su lado como si nada pasara ni hubiese pasado. San Pedro está cansado revisando los papeles de los condenados que prefieren el infierno a seguir haciendo fila durante años. Entonces con gesto soberbio de asco se descomprime frente a él una mujer muy alta y flaca fumando un cigarrillo con boquilla; es hermosa como eran hermosas las mujeres en la década de 1920. Con un vestido negro muy apretado con cuello blanco amplio que forma una ve corta muy aguda sobre sus pechos de indefectible diva y un peinado tipo carré desigual se dispuso a escuchar la voz del potero celestial: "Pereza: Capital -San Pedro hace una pausa y decreta- quince años en el infierno" La mujer mira para otro lado y suelta una bocanada de humo con esa expresión de soberbia que el exceso de poder puede forjar. "Lujuria: Capital -Otra vez la pausa y decreta- veintitrés años en el infierno." Sin mediar reclamos sigue; "Gula: Capital, trece años en el infierno" y así enumera pecados, parando solamente para apretar el botón que abre el portón blanco cuando esporádicamente entra algún iluminado que no debe rendir cuentas con él y se a ganado el cielo de antemano, pasa chocando los cinco con los angelitos que lo reciben con una sonrisa de amabilidad etérea y despreocupada.

Caminé la diagonal y entré en el cervefrío (tienda de abarrotes mexicano). Las pequeñas góndolas tipo despensa no ofrecen nada que pueda valer la pena comer, todo son galletas transgénicas y artículos de panadería que harían llorar de la risa a cualquier aficionado a las medialunas de la tierra donde nací; lo harían llorar de la risa en su afán de evitar el llanto que merece esa visión melancólica del café de filtro humeante y una medialuna suave pero no esponjosa (crujiente como sólo el tocino es crujiente aquí) cortando las hipnóticas volutas de humo que braman desde la taza. El deseo se transforma en resignación cada mañana y cada tarde sin el fruto del antiquísimo y noble trabajo del panadero amigo.
Decidí llevar una de las galletas transgénicas no sin antes maldecir al sistema de alimentación mexicano en su conjunto por incentivar el consumo de este tipo de productos; y como desenfundando una pistola entre olas de arena desértica saqué un billete de a veinte de entre el elástico del calzoncillo y la piel que da comienzo a la zona denominada ingle. La mano caía sobre el mostrador sin peso por el desgano y la resignación cuando vi a un costado del mostrador una canasta, dentro de la canasta una medialuna y dentro de la medialuna fetas de jamón y de queso, pedazos de jalapeño y un toque de mayonesa. Cuando la quise recoger me di cuenta que apenas cabía en mi mano. Su tamaño sobrecargó mis sentidos y la nostalgia me oprimía las sienes; o acaso era mi sistema digestivo comunicándole a la mente que esa medialuna era un plan arriesgado y algo podía salir mal? "el desayuno es la comida más importante del día" repetí intentando darme ánimos.

Una vez comprada proceda a retirar el papel film que envuelve el alimento y calentar el mismo sobre el sartén. Vuelta y vuelta unos siete u ocho minutos y se la tira encima de un plato; colar el café y disfrutar de las oportunidades que ofrece un nuevo día.

Con el plato en una mano y la taza de café en la otra salí a un pequeño balcón que conecta la habitación donde duermo con el afuera. Al frente un edificio grande corta la mayor parte de la visual, a un costado casas bajas, y al otro, un apéndice del edificio donde vivimos imposibilita una visión panorámica de oriente. Abajo el cuadro solía ser bastante extraño. Desde el balcón podíamos ver una puerta que daba a una amplia galería frontal enrejada por la que paseaban regularmente su cuerpo diversas chicas de playa. Entraban a esa casa a tomarse fotos en poses provocativas y cuando salíamos al balcón con la suerte de que estén ahí abajo siempre pasabamos algunos minutos admirando el cuadro y pensando en ellas, recordándolas después tan alegres como posaban. A veces salíamos al balcón y estaban cruzando la reja, salían a la calle bailando y saludaban mientras se iban.
Cómo serán ellas cuando están solas? Cómo serán cuando van al baño? Cuando miran una película con Scarlett Johansson? Preguntas que me asaltaban en el afán de desentrañar el pensamiento de la mujer tipo diva urbana.
El problema es que hace semanas que la puerta está cerrada y nadie entra ni sale de ahí. Las innumerables tardes de aburrimiento perdieron uno de sus entretenimientos latentes y ya nadie se asoma al balcón en busca de aquella visión tan amena, esa forma despreocupada de ver pasar el tiempo aunque sea por un rato.

Pero otra vez a lo mío. Si bien la repetición del mantra "el desayuno es la comida más importante del día" apaciguó de alguna manera la bola de fuego que temí impidiera la ingesta de alimentos matutinos no fue fácil dar el primer trago de café y luego, sin siquiera darme tiempo a respirar, el primer bocado de medialuna que al bajar por el esófago junto al café expandió una onda inexorable de placer que como un ariete abrió camino a la libre circulación de alimentos por esa vía. Entonces maduró en mí una certeza, la de que el desayuno es como un segundo polvo de sexo rutinario; al principio la sola idea te estriñe la viseras y obviamente el pene, pero cuando uno comienza a practicarlo recuerda ese placer intrínseco al acto que abre la rigidez de las costumbres al reino insondable de la expresión humana donde los sentidos le descubren a uno que ninguna sensación es como se suponía era.

Entonces el balcón, el viento fresco del mar y el café; la medialuna perdiendo queso derretido de entre la escisión donde descansan los alimentos que la sazonan. Extasiado de placer culinario bajé la mirada hacia la casa del fotógrafo sin esperar nada, cuando sorpresivamente encontré algo, encontré una chica haciendo palmas para ser escuchada del otro lado de la reja, del otro lado de la puerta donde otrora posaban las chicas de playa. Aunque esta que veo ahora no es como las otras chicas de playa, si bien su belleza no tiene nada que envidiar a ninguna de las que hemos visto pasar por ahí, ella es más bien hippie; algunos mechones de pelo chamuscado, prendas holgadas en color púrpura y aros amplios tipo atrapasueños avalan la suposición.

La comida pasa hasta el lavarropas estomacal y viaja por las tripas comprimida, desmineralizada y absorbida; transfomada.

El café se está enfriando, tomé muy poco y la brisa le sopló de más; o es que pasó mucho tiempo desde que la niña hippie empezó a golpear las manos y a gritar para que le abran y yo no me dí cuenta. De la medialuna sólo queda una de las puntas que no pude comer y los restos descascarados que se cayeron al morder y rasgar. Abajo la desesperación crece, la niña hippie se impacienta por no encontrar respuesta desde dentro de la casa, parece ser demasiado imprescindible entrar, la veo ponerse muy nerviosa, hincarse los costados de la cabeza como si hubiese una respuesta correcta para desatar este meollo y ella siguiese sin poder encontrarla. Flexiona las rodillas y procede a masajear sus sienes (gesto universal que denota la realización, o al menos el intento, de un acto de telepatía) con la suavidad impuesta que logra el control de las emociones en estados alterados. "Es un comportamiento típico, una performance universal de la especie de hippie que puebla las costas turísticas del mundo entero" pensé al verla intentar realizar un truco de poderes mentales que muy difícilmente funcione a alguien. Y lo siguió haciendo, cada vez más fuerte y más nerviosa, agachándose hasta juntar las rodillas con la frente. "Tu realismo mágico no me conmueve, me aburre como el gesto trillado que es" dije para mis adentros "eso es ser ingenua, eso es traficar con la inocencia!" comencé a enojarme de aburrido nomas, al estilo abuelo mirando la fórmula uno. Entonces algo pareció cambiar, la vi levantarse con los dedos todavía sobre los costados de su cabeza y cambiar la semblante como si realmente hubiese habido una solución y ella acabase de econtrarla. Iluminó su cara un halo de paz y dio media vuelta para buscar algo del otro lado de una pirca de cemento que servía de soporte para la reja. Lo siguiente que vi fueron sus manos manipulando la cerradura. Abrió la puerta de la reja y cruzó la galería, sus mechones de pelo chamuscado flotaron hasta la puerta de entrada donde manipuló otra cerradura que la hizo entrar en la casa; ¿por medio de una práctica cuasi legendaria y en desuso? Siempre tendré la duda, siempre habré de preguntarme si con la suficiente desesperación o concentración se podría retomar, hoy por hoy,  una performance que nos haría trascender nuestro estado terrenal, y por supuesto ahorrar tantísima lana en telecomunicaciones a no ser que le hayas hecho caso a esta publicidad y ya estés ahorrando http://www.youtube.com/watch?v=H4QbCi6Hx9g

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